Claudia Rodríguez Acosta, psicoanalista

El amor de los cuentos, repentino, eterno y perfecto, solamente ocurre en las historias. El amor implica mucho esfuerzo y trabajo, es uno de los sentimientos más complejos que experimentamos y se va adquiriendo a lo largo de la vida, gracias a las experiencias satisfactorias constantes, pero también gracias a la frustración.

¿Cómo es esto?

Para poder amar, toda persona tuvo que ser amada al inicio de su vida por alguien, por lo general, la madre, que está dispuesta a ser incondicional, al menos por un tiempo, y sobre todo a estar presente. El bebé no entiende de tiempos, ni de límites, tampoco de empatía y mucho menos de solidaridad, solo sabe que necesita ser satisfecho en sus demandas.

Conforme crece, es capaz de identificar cuando su madre se siente triste o enojada, sabe que puede lastimar a los demás si les pega, detecta que sus hermanos, primos y compañeros de la escuela, también necesitan de cuidados y atención.

Poco a poco es más tolerante y empático, conoce y respeta los límites, sabe pedir una disculpa y aceptarla cuando se la piden, o sea, es capaz de amar y de dar algo que él mismo ha recibido.

Esto es el amor, una construcción en la que se tiene que transitar por la decepción y por la frustración, para saber que, a pesar de ellas, uno sigue amando y lo siguen amando.  Ojo, en este punto hay que distinguir frustración de violencia, ya que la violencia no está del lado del amor.

Diferentes intensidades

El amor adulto exige compromiso y paciencia, es un sentimiento en el que se está dispuesto a escuchar, a tolerar las diferencias que existen con el otro. Dentro del amor siempre habrá decepción, porque el amor, de inicio, parte de un ideal en el que creemos que los demás responderán y nos amarán como creemos, pero esto nunca pasa así. Los demás siempre nos desilusionarán por el simple hecho de ser diferentes, amar a otro pensando que es igual a nosotros es colocarnos en la posición de un bebé totalmente indefenso, dependiente e intolerante. 

Encuentros y desencuentros

Para tener más cercanía con quienes queremos hay que empezar por saber que no van a cambiar y entonces, preguntarnos, si realmente vale la pena seguir insistiendo o desear estar cerca. Tal vez sí, porque aquello frustrante es llevadero, pesa más lo positivo que hay en la relación y el otro está dispuesto a poner de su parte; o tal vez no, porque es una relación que principalmente nos lastima y nos destruye. 

Atraviesa los procesos

Esto aplica para cualquier tipo de vínculo con los demás, pero también hacia uno mismo, ¿Qué hago para sentirme bien y qué hago para lastimarme? ¿Qué disfruto y es constructivo? ¿Me destruye? 

A veces no es fácil llevar esto a la práctica, sobre todo cuando frente a una decepción amorosa, nos llenamos de rabia y destrucción hacia quien no nos quiso y hacia nosotros, mostrando conductas adictivas y compulsivas.

Es normal pasar por un proceso de duelo cuando hay una ruptura, pero si en verdad una relación fue amorosa, seremos capaces de seguir reconociendo lo bueno que el otro nos dio y lo bueno que nosotros le dimos, sin exagerar ni devaluar, a pesar del enojo y de la tristeza.

Conductas como aferrarse a alguien, depender totalmente, exigir absoluta atención, no tolerar ningún tipo de diferencia, violentar física o psicológicamente, no son amorosas, sino más bien parecen conductas propias de un niño muy pequeño e inseguro, que se siente poco valorado y que al sentirlo se lastima, un niño con cuerpo de adulto  que aún no es capaz de amar, sino que solo exige ser amado incondicionalmente.